Muchas veces vivimos la ciudad de Buenos Aires como los papás del pequeño Brown, de subte en subte y de ascensor en ascensor. Creo que sobre todo para los adultos porteños, pareciera casi inevitable que las paredes del subte sea lo que más veamos durante la semana. Pero para que eso cambie medio que habría que cambiar toda la organización de la vida (lo cual estaría buenísimo pero supera ampliamente las posibilidades de esta autora en particular y de este blog en sí). Asi que mi Plan b para solucionar algunas cosas es mucho más asequible.

Para los que ven el Instagram o el Facebook, verán que tengo una selección de libros Green related,
relacionados con nuestros jardines y plantas, y esos pequeños universos verdes que creamos en algún rincón de nuestra casa. Solo por mencionar el que más me maravilló Soy un Jardín de Florencia Delboy.

Pero muchas veces nos olvidamos de la verdadera naturaleza de Buenos Aires y de donde habitamos.Vemos turistas mirando las Galerías Pacífico, o cruzando la 9 de julio y pensamos “¿a qué vienen acá?”. Creo que en el único memento que no pienso eso es cuando los veo fotografiando el teatro Colón. Pero, acá es donde entra el libro de Mercedes Villalba: ¡que tan poco vemos lo que nos rodea! Vamos a Europa y nos maravillamos por sus calles y sus edificios. Pero acá nos quejamos del tránsito, de los cortes, de la mugre de las calles, del amontonamiento de gente. Y no digo que no tengamos razón, ciertamente la tenemos. Lo que digo es que somos muy argentinos en taaaantas cosas. Qué poco aprovechamiento que hacemos de los bienes que tenemos. Tenemos mucho a favor y pareciera que nos dormimos en los laureles con eso y no lo exprimimos para conseguir lo mejor que podemos.

Tenemos calles hermosas e históricas llenas de mugre, tenemos edificios que son obras de arte, abandonados y museos de primer nivel mundial para que te roben en la esquina. Si estamos rodeados de belleza, ¿cómo nos puede costar tanto perfeccionar todo? Y esto no va solo a los gobernantes, con medidas para mejorar las calles, los lugares públicos, la inseguridad y la pobreza. Esas son las medidas de mayor escala que nos superan a muchos de nosotros.

Pero nosotros también fallamos en lo mínimo y esto también desmerece lo hermoso que es Buenos Aires, tiramos basura en el piso, cruzamos y estacionamos por cualquier lugar se pueda o no y nos paramos en el medio de la calle aunque haya una multitud transitando. Si ya sé, al lado de la inseguridad y la pobreza son medidas mucho muuuucho menos prioritarias. Pero están en el cotidiano. ¿No nos da cosa tirar un papel en el medio de la calle cuando enfrente tenés un edificio como el Palacio Barolo? Aunque sea por respeto a la historia, a la belleza.

Toda la ciudad en sí, con cada rincón es el logar que habitamos y que haba de nosotros. Y en el estado de las cosas ¿Qué nos dice? Que los gobernantes hagan las cosas mal, allá ellos, la próxima votaremos a otros, hoy marcharemos por causas justas, pero que dice de nosotros, una a favor, marchamos por causas justas, una en contra destrozamos todo a nuestro paso. ¿Qué sería de Buenos Aires  y de la Argentina si todos intentáramos ser mejores sin mirar lo que hacen los otros?

Estamos rodeados de belleza y de valores, como porteños y como argentinos ahora por que no terminamos de aprovecharla,  no sólo por la imagen que damos sino también por la imagen que queremos ver cuando salimos a la calle cada mañana. No sólo calles más limpias, sino una sociedad más solidaria. Y aclaro la solidaridad pasa por todos lados. Por un cause ancho y torrentoso de ayudar al prójimo que pasa hambre y por un cause más chico y calmo que es ser considerado con quienes nos rodean desde el “hola, buenos días” hasta los papeles y hasta el mal humor esparcido a mansalva sin razón.

Soy consciente de que no todos lo van a hacer, sino viviríamos en un mundo idílico. Muchos van a decir cosas como “tal o cual me puso mala cara así que lo ubique de un grito” o “si el me habla mal  ¿por qué yo no?”. No hace falta ser católico para comprender la importancia de poner la otra mejilla,  tampoco para tratar de ser una mejor versión de nosotros mismos.

Y cuando no tengamos ya fuerzas para dar el ejemplo, siempre hay un jardín o un hueco en casa donde refugiarnos hasta poder salir a la vida diaria y encarar lo que nos toque con una sonrisa. Igual
siempre habrá días en los que fallemos, somos humanos. Por eso cuando alguien falle con nosotros, lo primero que deberías pensar hoy le pasa a él, mañana a mí. Y si tenemos un resto de energía, comprender, perdonar y seguir con otra cosa. Así la convivencia entre nosotros será mucho más llevadera y podremos concentrar nuestras fuerzas en modificar las cosas más profundas y relevantes. El enojo, los nervios y la ansiedad sólo llevan al desgaste de energía, y a la intolerancia y la falta de compasión y empatía.

Les dejo a los arquitectos más lúcidos (que los hay y existen) el aprovechamiento de los espacios urbanos y el desarrollo y organización de las ciudades que favorezcan la vida de los hombres. Una vez Le Corbusier planteó cierto tipo de viviendas...